Uno de los grandes problemas que sufre la nueva generación
es muy simple: todos quieren ser los mejores en algo. Puede ser en cualquier
cosa, pero siempre habrá alguien que quiera estar en lo más alto. ¿Y eso es
bueno? No, no lo es.
En primer lugar muy pocos saben el precio que conlleva estar
en la cima. Es estar día tras día con miles de ojos encima de ti: mirándote,
imitándote, esperando a que cometas cualquier mínimo error del que sacar
provecho. Todos querrán verte hundirte, y lo peor es que lo harán. Una vez en
la cima, date cuenta de que lo único que puedes hacer es descender. Ya habrás
tocado lo más alto, y poco a poco bajarás hasta haber tocado fondo.
Y no sólo eso. Cualquier mínima enemistad anterior se hará más
fuerte: te tendrán envidia, intentarán tirarte de tu puesto. Te surgirán
rivales. Podrás con uno, pero, ¿y si son más? Todos tienen el mismo objetivo: hundirte. Y créeme,
lo van a hacer. Poco a poco tu moral irá decayendo, muy poco a poco. Hasta que
estará lo suficientemente baja para que otro te suplante. Ya lo dije antes: una
vez en la cima, ya sólo puedes bajar.
Otro problema de ser el mejor en algo, es que no hay nadie
mejor que tú en quien poner tus esperanzas si algo falla. Porque claro, hay
fallos, pero no sé por qué siempre es lo último en lo que pensamos. A partir de
un fallo todo dependerá de ti. Seguro que ninguno ha pensado en eso, verdad?
¿Sabéis que sentiréis? Miedo. Tendréis miedo, porque todos confiarán en
vosotros, y como ya dije antes, no estaréis preparados. Fallaréis, y ese fallo
terminará por hundiros en lo que antes fue una vida “maravillosa”.
Para ser el mejor HAY que ser el mejor, y no CREERSE el mejor.